lunes, 23 de febrero de 2009

El antes y el después de Federico Campanini.

No soy un hombre de montaña, pero circunstancialmente presté servicios como guardaparque en Aconcagua durante 3 Temporadas.

Participé en la logística de varios rescates (comunicaciones, transportes, suministros, coordinación, etc) y alguna vez subí a dar apoyo a la Patrulla (Rescate de Fabio Lisi, Salteño, fallecido de Edema Pulmonar en Nido de Cóndores durante la temporada 1999-2000).

Oficié de traductor en varios accidentes y medié también con la prensa cuando los casos fueron resonantes (Leonardos-Catao-Da Silva, Brasileños Pared Sur 1998, Toconaz-Brena-Martin-Morales, Argentinos en Polacos 1998).

También me tocó cargar en mulas, cuando todavía no usábamos helicópteros, los cuerpos de algunos malogrados deportistas que encontraron la muerte en Aconcagua (Kan Yu Ho, Coreano. Stanislaw Smaga, Polaco, ambos en 1998).

En helicóptero coordinamos cientos de rescates, de mayor o menor gravedad, y también bajamos el cuerpo de algún amigo de la montaña, como el de Gustavo Lo Re, que en el día de su cumpleaños, encontró la muerte cuando intentaba cruzar desde Plaza Argentina a Plaza Francia en su último día de trabajo al cierre de la temporada 2001/2002.

Después de cada tragedia, de cada rescate y con las piernas y la mente aún cansadas, desde la organización, desde los medios, desde la patrulla y desde los guardaparques surgían reclamos, reproches, autocríticas y remordimientos.

Esto se pudo hacer mejor. Aquí fallamos en esto. La patrulla tiene que ser profesional. El helicóptero es un fiasco. La técnica usada no fue la correcta. La camilla debió hacerse de esta manera. La patrulla tiene que seguir siendo estatal y estar en Mulas (no en el hotel). Hay que poner un médico en Nido de Cóndores. Hay que cerrar el parque. Los porteadores deben ser profesionales. El parque debe ser privatizado. Los rescates deben ser sólo hasta los 6000mts.

Muchas cosas se decían y se debatían. Fuertes encontronazos y puntos de vista se presentaban. Disputas y miserias por miles se multiplicaban y varios bandos se formaban.

A pesar de todas las diferencias, había algo que no se dudaba y donde el acuerdo era unánime: Ante una nueva emergencia se limaban las diferencias y todos se encolumnaban en pos de esa vida que estaba en peligro (en la montaña, el próximo puede ser UNO y a uno le gustaría que los demás se solidarizaran en su rescate, no?)

Las mezquindades se terminaban y se despejaban las dudas de lo que había que hacer: Cada uno aportaba su parte y experiencia para prestar ayuda.

No puedo, ni por asomo, imaginar el dolor que sufre hoy la familia Campanini por el fondo y por la forma de lo que ha sucedido.
Leí que Campanini padre dijo “debe haber un antes y un después de la tragedia de Federico”.

Me solidarizo con su dolor y apoyo su intención de que una lección se debe aprender y luego de la terrible experiencia vivida.

Pero nada bueno puede salir de esta historia si el mensaje es:
Si sos patrulla de rescate, oficial o voluntario, sos potencialmente civil o penalmente responsable de lo que suceda durante el tiempo que arriesgues tu vida, tus dedos y tu equipamiento para ayudar a alguien que te necesita.

Si la industria del juicio, se instala en la mente de los equipos de ayuda, la solidaridad y compromiso natural que tiene la gente de montaña tendrá un freno desagradable.

Hay cuestiones de fondo que seguramente se deben mejorar en los medios, las técnicas, capacitación y formación de los equipos de rescate de cara al futuro. Pero acusar a esta patrulla de rescate y sus circunstanciales voluntarios sobre esta muerte es erróneo y de un enorme egoísmo, tratando de responsabilizar a algo o alguien por la tragedia, entendible solo desde la ceguera y el dolor producido por la pérdida del ser querido.
Que de esta muerte y este dolor quede algo positivo y no una semilla de desconfianza difícil de revocar.