Cuando uno es niño, cuando uno es fanático de un deporte o cuando uno admira mucho a alguien, las cosas no son lo que en realidad
son, sino que son lo que la corta vida, el fanatismo y la persona admirada le
dicen a uno que son.
Tal vez lo estudié en la escuela. La seño Norma
Muñoz tal vez lo enseñó en 3ro. Pero no lo recuerdo.
Para mí, la bisectriz, no es “la recta que
divide una ángulo en dos partes iguales”. Al día de hoy, cuando escucho o
pienso en “La Bisectriz” a mi mente viene otra cosa.
Es que hasta recuerdo el dibujo rudimentario en
el libro de texto que hablaba sobre La Bisectriz. No era un libro de geometría
o de física. Era un modesto Manual de Futbol. Específicamente, en el apartado para
“Arqueros” se leía: “Cuando el ataque se produzca desde uno de los laterales,
el arquero deberá posicionarse en la bisectriz del ángulo que se forma entre la
posición de la pelota y los postes del arco”.
En sus manos, a veces temblorosas, sostenía el
libro y me decía mientras apuntaba el gráfico: “ves Miniti, ahí te tenés que
parar. En la bisectriz. Ahí, en el medio. En la bisectriz”.
Después, cuando yo estaba en el arco en medio
de un partido, desde lejos o tal vez en mi imaginación, escuchaba su voz: “la
bisectriz Miniti! La bisectriz!”. Entonces, qué otra cosa puede ser para mí la
bisectriz, más que la posición que tiene que tomar el arquero?
Visto a la distancia, el tiempo que pasé con
Carlos Godoy o, como le decíamos todos “Don Godoy” fue muy corto, menos de 4 o
5 años. Pero fueron años muy importantes. Años de formación plena y mente
abierta. Años donde las frases, historias, recuerdos y sensaciones se quedan
grabadas para toda la Vida.
Todo empezó cuando un día fuimos con Andres
Contreras, un vecino del Barrio Ujemvi, a probarnos en el equipo del barrio. Los
dos queríamos ser arqueros. Él para la 74 y yo para la 76.
La prueba no fue muy buena. La cancha no era
una cancha, sino que era al costado de la principal, en un lugar con ripio
finito. Nos golearon a ambos. Tuve certeza de cómo había sido mi prueba cuando
al próximo fin de semana, mi primer partido, me dieron la camiseta 16: No sería
arquero y, además, sería suplente.
Fui suplente varias veces. Y, cuando me tocaba
entrar, estaba muy nervioso. Yo no sabía jugar. Yo era arquero. Me ponían de
delantero. Cada vez que me llegaba la pelota, era un manojo de nervios.
Una vez, en Juventud Unida, un club de la
sexta, hice un gol. Mi mamá me había llevado.
Pero ser delantero no era lo mío y, más
temprano que tarde, dejé de ir.
Un sábado a mediados de otoño, aún con el clima
templado típico de Mendoza, jugaba un partidito en la calle frente a mi casa. Frenamos
el juego porque pasaban dos autos. Un Peugeot Blanco y un Fairland azul. Los autos
rebalsaban de niños.
El Peugeot, que iba segundo, se frena y pone
marcha atrás. Se detiene a mi lado y me dice: “Miniti, vení a jugar. Te
necesito.” Era Don Godoy, en otro de sus maratónicos fines de semana con niños
postizos.
Yo dudé, al menos parece que mi cara no fue la
más feliz. Entonces, Don Godoy, dijo las palabras mágicas:
“Miniti, te necesito de arquero.”
En un abrir y cerrar de ojos, ya estaba en mi
habitación manoteando los guantes y diciéndole a mi vieja (que en ese momento
tendría 35 años!) –Maaaaaaaa!, me voy a jugar con los de UJEMVI.
– A qué hora volvés? Me preguntó.
Corriendo hacia el Peugeot blanco y antes de
subir le dije a Don Godoy que mi mamá quería saber a qué hora volveríamos. Con su
boina gris topo, mirándo por arriba de sus lentes de molde y con su característico
ojo cerrado y labios algo caídos me dijo: Decile… decile… a las y pico menos
cuarto!
- Maaaa! Volvemos a las 8 y cuarto. Chauuuuuuu!
Y salí del paso.
Yo tenía 9 o 10 años. Jugamos contra Atlético
Argentino “el boli” según su apodo por la cantidad de bolivianos que viven en
las inmediaciones de ese club de Guaymallén.
Perdimos 4 a 3, pero fue una tarde soñada. Tanto,
que sirvió como para nunca más dejar el arco y nunca más ser suplente en mi
vida futbolística. Recuerdo los gritos de los papás en la “tribuna” Bien
Arquerito! Bien Miniti!, VAMOS UJEMVI!.
Fui arquero durante 3 o 4 años. Fuimos
campeones muchas veces. Atajé muchos penales y viajamos por toda la provincia.
Deportivo Maipú, Cicles Club Lavalle, Gutiérrez Sport Club, Tiro Club de Tunuyán,
Atlético Palmira, EFI (Escuela de Fútbol Infantil), Cementista, Andes Talleres,
Juventud Unida, Jorge Newbery. Casi no quedó rincón de Mendoza que no
visitáramos con UJEMVI. Don Godoy y un pequeño grupo de padres nos llevaban
para arriba y para abajo. En sus autos, en micros alquilados. A veces en moto.
Ellos, los padres, siempre poniendo tiempo y plata para que los chicos
jugáramos fútbol.
Del Peugeot Blanco, pasó a uno Rojo. Un poco
más moderno. Era un 504.
Como siempre, iba sobrecargado, llevando tantos
jugadores como fuera posible. A veces, más de un equipo, incluyendo niños en el
baúl.
Con Don Godoy, aprendí el “secreto” de ahorrar
combustible andando en punto muerto en una bajada. Estábamos a fines de los
años 80. La inflación y la situación del país apremiaban. Bajar en “Contacto”
permitía ahorrar unos pesitos.
Ir en el Peugeot 504 rojo, con otros 6 o 7
muchachones era toda una aventura.
Don Godoy, siempre de lentes negros para
disimular su deficiencia visual, nos preguntaba antes de llegar a la esquina:
Chicos, está en verde? La respuesta era siempre la misma! Siga Don Godoy!, Siga
que está en verde! Nunca nos pasó nada. Debe haber sido un milagro. O varios
milagros.
Pero no solo eran los partidos. Entrenábamos 2
veces por semana y ahí estaba Don Godoy.
Conseguía siempre algún profe de educación
física para que nos diera una mano con la pretemporada.
Si alguno tenía un problema, ahí estaba para dar
una mano. Como era visitador médico, nunca faltaban los remedios para los
jugadores o para los familiares de los jugadores.
Era, además, quien nos llevaba a la revisación médica en la Liga Mendocina de Futbol, o al Tribunal de Faltas para pagar, de su bolsillo, la multa por una que otra Amarilla o Roja que el Tolo Funes había recibido durante el fin de semana. Era la época dónde uno no tenía solo un par de padres. Había otros padres, padres postizos, que nos criaban. Los padres de sangre nos confiaban a ellos y estos, como Don Godoy, honraban esa confianza.
Una vez, jugando para la 74, me fisuré el
brazo. No pude jugar mi partido con la 76. Don Godoy me llevó, preocupado, a mi
casa. Me dejó en la puerta. Entré llorando y, con mi papá, salimos directo para
el hospital. Me pusieron un yeso hasta arriba del codo. Estuve parado como 60
días.
Pero claro, un día en casa, me dice mi mamá que
alguien vino a visitarme: Era Don Godoy.
Entró hasta mi habitación. Yo estaba acostado. Se
quedó en la puerta y desde ahí me habló. Quería saber cómo estaba, si había
podido ir al colegio y si necesitaba algo de remedios para los dolores. Estaba ahí,
paradito en la puerta de la habitación. Sin soltar su maletín, con la boina y
con los lentes oscuros puestos, me hablaba y miraba con el cariño de un padre.
Un día, en el barrio Cementista, Don Godoy
estaba con un grupo de padres. Me acerqué a ellos calladito. Él no me había
visto y uno de los padres, a propósito, le preguntó: Don Godoy, cuál es el
mejor arquero que Ud. Ha tenido?
El mejor de todos, lejos, Miniti, contestó.
Nunca le perdonaba que luego de años de juagar
en sus equipos, no supiera aún pronunciar mi apellido. Pero ese día, eso quedó
en un segundo plano. Sentí un orgullo fenomenal. Tenía entonces, 11 o 12 años.
Sin embargo, no olvido jamás, ya al final de mi
carrera en el Fútbol Infantil, se juega hasta los 12 años, que poniéndose serio
y luego de hablar de otros chicos que jugaban conmigo y eran fantásticos futbolistas
dijo unas palabras que me tomó mucho tiempo poder entender. Con crudeza pero
sin lastimar. Con cariño pero con firmeza, comentó: El futbol no es para
alguien como vos. Al menos no en Mendoza. Vos tenés que seguir estudiando. Esta
es una carrera muy corta y es para otros. Otros, que tengan menos posibilidades
de las que tenés vos.
Al mejor arquero que jamás había visto en su
carrera, le decía que se dedicara a otra cosa.
Pasaron 25
años. Y en ese tiempo entendí a Don Godoy. No me dediqué al futbol, estudié y me
desarrollé en el ámbito profesional. Pero en el camino me di cuenta, tarde pero
al fin, lo generoso e importante que fueron todos los “Don Godoy” que tuvo mi
vida.
Hoy,
siendo un adulto promedio, pongo en valor el tiempo, el dinero y el esfuerzo
que Don Godoy invirtió en mí y en cientos de otros niños a lo largo de su vida.
No era su obligación. No le pagaban para hacerlo. Dejaba de lado a su familia,
su trabajo y, tal vez, otros intereses, para estar con nosotros.
Me había
cruzado a Fernando, su hijo, varias veces en el centro mendocino. Siempre le
mandaba saludos con él y siempre le decía que algún día le llamaría. Tenía un
viejo celular agendado en mis contactos.
Con una
fuerza que no sé explicar, la semana pasada, fines de marzo de 2013, me decidí
a llamarle. Era tarde. Lo quería invitar a comer. El teléfono sonó y sonó. Sin respuesta.
Llamé a
Fernando. Hablamos unos cuantos minutos. Al cortar con él, le escribí a Leticia,
mi esposa, el siguiente mensaje de texto:
“Fue muy
triste. Don Godoy murió en Noviembre, de un ataque al corazón, cuando manejaba
para dar clases en la Escuela de Técnicos. Tenía 78 años. Siga Don Godoy!!!
Está en Verde!!”
Ariel
Menniti
1 de
Abril de 2013.
Homenaje
a Don Godoy y todos esos hombres y mujeres que día a día donan su tiempo, su esfuerzo
y su dinero para que niños y niñas puedan crecer y divertirse sanamente, formando hombres y mujeres de bien.