lunes, 28 de mayo de 2012

Ojos que no ven....


Sus ojos no veían. Al menos eso era lo que ella decía.
Desde que yo recuerdo, ella ya no veía. Para mí siempre fue igual, ella veía poquito.
Estaba siempre sentadita. Con vestido de una sola pieza. Al menos no tengo otro recuerdo que esos vestidos de una sola pieza, largos y anchos, como una sotana, pero más cortita. Tal vez, justo debajo de la rodilla. Pero no estoy del todo seguro. 
Tenía de los que llevan botones al frente y otros de esos que apenas tienen un cierre cortito en la parte alta de la espalda, con un botón y ojal tejido. Todos dejaban ver sus piernas, delgadas. Tan delgadas lisas y sin manchas que mi mamá se las envidiaba.

Mis recuerdos se basan también en una que otra foto. Una en la galería, mitad al sol, mitad a la sombra, con Belén o Martín en brazos. Otra, en la puerta de la casa de San Juan, donde Martín la rodea en un lejano abrazo. 

En mi recuerdo, sus vestidos eran siempre de tonos más bien oscuros. Tal vez con flores blancas o amarillas. También recuerdo alguno de base verde y florecitas chiquitas.
Ella estaba siempre sentadita. Creo que tenía un bastón. Pero no tengo certeza.

Siempre recuerdo su pelo. Siempre blanco y siempre recogido. Pero también recuerdo que cuando la peinaban, la peinaban porque ella no veía, y tenía el pelo suelto justo después de bañarse, me llamaba mucho la atención los mechones rubios, muy rubios. Tenía varios mechones rubios en su cabellera totalmente blanca.

Había cocinado mucho, durante muchos años. Pero para cuando yo la conocí ya no cocinaba. Martín hacía todo por ella. Ella solo se quedaba sentidita y decía que no veía.
Ella decía que no veía y debía ser verdad, porque al mirarla fijo a sus ojos, se notaba que no enfocaba. Sus ojos eran celestes muy claros. Lavados. Y miraban a la distancia. Aún si estabas a pocos centímetros de su cara. Sus ojos, creo, tenían un pequeño tic nervioso. Recuerdo que era como que titilaban. Titilaban pero no miraban. Especialmente el ojo izquierdo. Su ojo izquierdo.

Y como no veía, se preocupaba por todo. Por Martín, por Perico, por sus hijos y por sus nietos.
Un día me quedé a dormir ahí. Ella se preocupaba de que yo saliera a jugar en la calle. Y no quería que saliera. Lloraba, porque decía que me iba a caer en la acequia. Que no saliera con mi primo, que él era grande y yo era chico. Que por favor, que mis papás le habían encargado  cuidarme. Y que ella no veía.

Ese día. Ese día que ella no quería que yo saliera le dije. La amenacé. Le dije que nunca más iría a visitarla. Ella lloró. Lloró toda la tarde, por lo que yo le había dicho. Yo me hice el ofendido.
Carlos llegó esa noche y la vio llorando. Sentadita en su cocina. Sin ver. Llorando.

Él, Carlos, vino despacito a mi habitación. Que estaba medio oscura y sin mediar palabra me dijo: “hacés llorar de nuevo a mi mamá y te cago a trompadas”. Tal vez no dijo “te cago a trompadas” pero sonó muy parecido a eso. Creo  fue la primera vez que tuve miedo en serio  y por algo que yo mismo había provocado.

Claro que Carlos nunca me cagó a trompadas, pero la lección la aprendí clarita clarita, como los ojitos que no veían.
Un día pensé que veía, porque después de darle un beso me preguntó si yo tenía bigotes. Ah.. entonces sí ves le dije. No, es que me pinchaste al besarme. Me respondió, mientras sus ojos me miraban pero no me veían.

Ella estaba todo el día sentadita. En su oscuridad o su brillo, no lo sé. No podía cocinar. Ya no cocinaba.

Pero había algo qué sí hacía. Religiosamente, un puñado de veces al año. Todos teníamos ese privilegio. Era una vez al año, para cada uno. Mi privilegio era el 10 de abril.
Ese día, en mi caso el 10 de Abril, o quizá el 9, o el 8, tal vez mirando para adentro y repasando la receta de memoria, ella hacía un regalo de cumpleaños. Era chiquito. Tal vez del tamaño de un jarrito de leche, pero con forma cónica. Era un budín de pan. Bueno, ella decía que era un budín de Pan. yo digo ahora, que para mí ESO era un budín de pan. y digo también, que nunca jamás otro budín de pan se acercó a ese. 

Es que la categoría “Budín de Pan” como la de “Ñoquis” ya están tomadas.

Era, como dije, más bien pequeño, casi un postre individual. Sólido y con una textura inconfundible. Tenía el tostado del caramelo y los poros de un color marrón en degradé muy llamativo. Y el perfume… esa azúcar quemada en la medida justa… junto con el pan y la leche… qué rico.

Un día se acercaba mi 10 de abril. Cumpliría 14 años. Pero yo sabía que tal vez mi budín no llegaría.
Es que hacía varios días que ella no estaba bien. 

Tal vez podría recibirlo en mayo, junto con el que recibiría el beneficiario de ese mes. El 13 de abril fui a cuidarla a la sociedad española. Era la noche. Yo tenía puesta una camisa blanca con rayas rojas verticales, un chaleco de traje, negro, que había sido de mi abuelo y una gorrita muy ridícula. Estaba disfrazado.

Ya había pasado la media noche. Eran, tal vez, las 4 o las 5 de la mañana, un señor salió y me preguntó si yo era  familiar “de la señora con los ojos que no ven nada, excepto  budines de pan”. Si, es mi abuela, le contesté.  Me miró con lástima. Yo era un chico y me lo dijo: Pibe, ya no habrá más Budines de Pan en tu vida, lo lamento mucho, agregó, porque la verdad se comenta que eran muy ricos. Era el 14 de Abril de 1990.

                                          El budín de pan que no fue.

Ayer, casi 22 años más tarde, vi un Budín de Pan. Tenía potencial… era parecido en color y textura.
Estaba muy adornado, cortado en porción, tamaño y estilo gourmet. Me acordé de sus ojos. Le di una chance. Lo probé. Rodeado de cientos de personas, me transporté más de 20 años en mi vida. Las lágrimas, incontenibles y contradictorias dieron su veredicto: El tipo de la Sociedad Española, con su barba negra y su fría proximidad tenía razón. Ya no habría más Budines de Pan en mi Vida.

Prince Edward Island, Canadá.  28 de Mayo de 2012.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno Aereal, quién dijo que la soledad es mala?, a veces saca lo mejor de nosotros.Salamanca.

Iñaki dijo...

Hermoso relato, amigo. Alta sensibilidad. La próxima vez que andes por estas tierras, te invito a comer. ¿Postre? Sorpresa, amigo, sorpresa.

Abrazo grande.

MARSUS dijo...

Brutal.Me emocionò.