Sus ojos no
veían. Al menos eso era lo que ella decía.
Desde que
yo recuerdo, ella ya no veía. Para mí siempre fue igual, ella veía poquito.
Estaba siempre
sentadita. Con vestido de una sola pieza. Al menos no tengo otro recuerdo que
esos vestidos de una sola pieza, largos y anchos, como una sotana, pero más
cortita. Tal vez, justo debajo de la rodilla. Pero no estoy del todo seguro.
Tenía de
los que llevan botones al frente y otros de esos que apenas tienen un cierre
cortito en la parte alta de la espalda, con un botón y ojal tejido. Todos dejaban
ver sus piernas, delgadas. Tan delgadas lisas y sin manchas que mi mamá se las
envidiaba.
Mis
recuerdos se basan también en una que otra foto. Una en la galería, mitad al
sol, mitad a la sombra, con Belén o Martín en brazos. Otra, en la puerta de la
casa de San Juan, donde Martín la rodea en un lejano abrazo.
En mi recuerdo, sus vestidos eran siempre de tonos más bien oscuros. Tal vez con flores blancas o amarillas. También recuerdo alguno de base verde y florecitas chiquitas.
En mi recuerdo, sus vestidos eran siempre de tonos más bien oscuros. Tal vez con flores blancas o amarillas. También recuerdo alguno de base verde y florecitas chiquitas.
Ella estaba
siempre sentadita. Creo que tenía un bastón. Pero no tengo certeza.
Siempre
recuerdo su pelo. Siempre blanco y siempre recogido. Pero también recuerdo que
cuando la peinaban, la peinaban porque ella no veía, y tenía el pelo suelto
justo después de bañarse, me llamaba mucho la atención los mechones rubios, muy
rubios. Tenía varios mechones rubios en su cabellera totalmente blanca.
Había cocinado
mucho, durante muchos años. Pero para cuando yo la conocí ya no cocinaba.
Martín hacía todo por ella. Ella solo se quedaba sentidita y decía que no veía.
Ella decía
que no veía y debía ser verdad, porque al mirarla fijo a sus ojos, se notaba
que no enfocaba. Sus ojos eran celestes muy claros. Lavados. Y miraban a la
distancia. Aún si estabas a pocos centímetros de su cara. Sus ojos, creo,
tenían un pequeño tic nervioso. Recuerdo que era como que titilaban. Titilaban pero
no miraban. Especialmente el ojo izquierdo. Su ojo izquierdo.
Y como no veía,
se preocupaba por todo. Por Martín, por Perico, por sus hijos y por sus nietos.
Un día me
quedé a dormir ahí. Ella se preocupaba de que yo saliera a jugar en la calle. Y
no quería que saliera. Lloraba, porque decía que me iba a caer en la acequia. Que
no saliera con mi primo, que él era grande y yo era chico. Que por favor, que
mis papás le habían encargado cuidarme. Y que ella no veía.
Ese día. Ese
día que ella no quería que yo saliera le dije. La amenacé. Le dije que nunca
más iría a visitarla. Ella lloró. Lloró toda la tarde, por lo que yo le había
dicho. Yo me hice el ofendido.
Carlos
llegó esa noche y la vio llorando. Sentadita en su cocina. Sin ver. Llorando.
Él, Carlos,
vino despacito a mi habitación. Que estaba medio oscura y sin mediar palabra me
dijo: “hacés llorar de nuevo a mi mamá y te cago a trompadas”. Tal vez no dijo “te
cago a trompadas” pero sonó muy parecido a eso. Creo fue la primera vez que
tuve miedo en serio y por algo que yo mismo
había provocado.
Claro que
Carlos nunca me cagó a trompadas, pero la lección la aprendí clarita clarita,
como los ojitos que no veían.
Un día
pensé que veía, porque después de darle un beso me preguntó si yo tenía
bigotes. Ah.. entonces sí ves le dije. No, es que me pinchaste al besarme. Me respondió,
mientras sus ojos me miraban pero no me veían.
Ella estaba
todo el día sentadita. En su oscuridad o su brillo, no lo sé. No podía cocinar.
Ya no cocinaba.
Pero había
algo qué sí hacía. Religiosamente, un puñado de veces al año. Todos teníamos
ese privilegio. Era una vez al año, para cada uno. Mi privilegio era el 10 de
abril.
Ese día, en
mi caso el 10 de Abril, o quizá el 9, o el 8, tal vez mirando para adentro y
repasando la receta de memoria, ella hacía un regalo de cumpleaños. Era chiquito.
Tal vez del tamaño de un jarrito de leche, pero con forma cónica. Era un budín
de pan. Bueno, ella decía que era un budín de Pan. yo digo ahora, que para mí
ESO era un budín de pan. y digo también, que nunca jamás otro budín de pan se
acercó a ese.
Es que la categoría “Budín de Pan” como la de “Ñoquis” ya están tomadas.
Es que la categoría “Budín de Pan” como la de “Ñoquis” ya están tomadas.
Era, como
dije, más bien pequeño, casi un postre individual. Sólido y con una textura
inconfundible. Tenía el tostado del caramelo y los poros de un color marrón en
degradé muy llamativo. Y el perfume… esa azúcar quemada en la medida justa…
junto con el pan y la leche… qué rico.
Un día se
acercaba mi 10 de abril. Cumpliría 14 años. Pero yo sabía que tal vez mi budín
no llegaría.
Es que
hacía varios días que ella no estaba bien.
Tal vez podría recibirlo en mayo, junto con el que recibiría el beneficiario de ese mes. El 13 de abril fui a cuidarla a la sociedad española. Era la noche. Yo tenía puesta una camisa blanca con rayas rojas verticales, un chaleco de traje, negro, que había sido de mi abuelo y una gorrita muy ridícula. Estaba disfrazado.
Tal vez podría recibirlo en mayo, junto con el que recibiría el beneficiario de ese mes. El 13 de abril fui a cuidarla a la sociedad española. Era la noche. Yo tenía puesta una camisa blanca con rayas rojas verticales, un chaleco de traje, negro, que había sido de mi abuelo y una gorrita muy ridícula. Estaba disfrazado.
Ya había
pasado la media noche. Eran, tal vez, las 4 o las 5 de la mañana, un señor
salió y me preguntó si yo era familiar “de
la señora con los ojos que no ven nada, excepto budines de pan”. Si, es mi abuela, le
contesté. Me miró con lástima. Yo era un
chico y me lo dijo: Pibe, ya no habrá más Budines de Pan en tu vida, lo lamento
mucho, agregó, porque la verdad se comenta que eran muy ricos. Era el 14
de Abril de 1990.
El budín de pan que no fue.
Ayer, casi
22 años más tarde, vi un Budín de Pan. Tenía potencial… era parecido en color y
textura.
Estaba muy
adornado, cortado en porción, tamaño y estilo gourmet. Me acordé de sus ojos. Le
di una chance. Lo probé. Rodeado de cientos de personas, me transporté más de
20 años en mi vida. Las lágrimas, incontenibles y contradictorias dieron su veredicto: El tipo de la Sociedad Española, con su barba negra y su fría proximidad tenía razón. Ya no habría más
Budines de Pan en mi Vida.
Prince
Edward Island, Canadá. 28 de Mayo de
2012.
3 comentarios:
Muy bueno Aereal, quién dijo que la soledad es mala?, a veces saca lo mejor de nosotros.Salamanca.
Hermoso relato, amigo. Alta sensibilidad. La próxima vez que andes por estas tierras, te invito a comer. ¿Postre? Sorpresa, amigo, sorpresa.
Abrazo grande.
Brutal.Me emocionò.
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